Revolcarse con los cerdos
Autor:
David AMADO |
Fuente:
larazon.es |
4/23/aaaa |
Nietzsche, en uno de sus frecuentes desvaríos, dijo: «Dios ha muerto». Europa, siempre atenta a sus intelectuales, levantó acta de defunción y se apresuró a tomar la herencia para malgastarla. Así, desde hace años, Occidente vive del cuento. Los especialistas denominan a este proceso secularización. Se trata de dilapidar la herencia cristiana. Jugando en el lodazal, esperan los cerdos que un día habrán de pastorear la soberbia Europa. Se nos ha dicho que no podremos nutrirnos de las bellotas, pero nada sabemos respecto de los orines, que se nos ofrecerán en abundancia. Las teologías de la muerte de Dios hicieron pensar que los valores heredados (filantropía, derechos humanos, tolerancia, solidaridad) permitirían construir una sociedad mejor, sin la sombra del Padre de fondo. A rueda de esta concepción, surgieron numerosas iniciativas que, denominándose de inspiración cristiana, quisieron dejar bien claro desde el principio que no se sentían exactamente en la casa de la Iglesia.
Las ansias de autonomía de una adolescencia mal llevada, con las guerras mundiales de por medio, fomentaron el distanciamiento del Dios vivo para quedarse con un mensaje más o menos desvaído. El sueño de que el hombre podía habérselas sólo con el mundo impulsó a una marcha hacia delante de la que nunca cabe estar satisfecho. Simultáneamente, al perderse el reflejo de Dios, la imagen del hombre quedaba cada vez más diluida: aborto, eutanasia, manipulación embrionaria y pérdida creciente de identidad acompañaban ese proceso que habrá de conducirnos a cuidar una manada de cerdos sin tener siquiera el beneficio de las algarrobas.
Por eso, no es extraño que se ataque a la familia, a la escuela católica y a todo aquello que, de una u otra manera, se niegue a participar de los improvisados funerales que, sin mediar cadáver, se están llevando a cabo.
Desde hace años hemos bajado a la arena para defender valores, reivindicando una herencia. Quizás conviene ahora volver a recordar que el Padre vive, el Hijo está con la Iglesia y el Espíritu Santo actúa. Es absurdo perder el tiempo ante un notario que no atiende a razones. Podrán negarlo todo. Pueden suprimir los signos, pero no la vida. Por eso, toda forma de desánimo encubre una herejía. La tumba está vacía, aunque muchos no quieran verlo.
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