Opinión  
Cuando los judíos blasfeman, algo grave está ocurriendo
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Fuente: periódico Hispanidad 12/30/aaaa

Ya no son las tonterías de los 'odiadores oficiales', del judaísmo, tipo Simon Wisenthal o la Liga Antidifamación. Por lo general, el mundo oficial 'hebreo' sabe lo que es sufrir el odio religioso y étnico. Por eso, puede que los judíos no respeten la vida de los palestinos y que estén en guerra permanente, pero respetan la religión de los palestinos, sean islámicos o cristianos.
Por eso, también, algo muy grave debe estar ocurriendo cuando la embajada israelí en Alemania patrocina una exposición tan blasfema como estúpida en Hamburgo, sobre la figura de Jesucristo. En un alarde de cinismo y, por supuesto, de gran originalidad, se sitúa un culo en la cruz y todos los visitantes, aupados por los medios informativos hasta la frontera misma de la estupidez, cantan las alabanzas de tanta brillantez 'provocadora', 'subversiva' y 'vanguardista'. Esto es, los tres adjetivos que siempre se adscriben a lo majadero. Y cuando blasfeman aquellos que ni tan siquiera citaban el nombre de Dios, aquellos que nos enseñaron que hasta el nombre de El Único era Santo, bueno, entonces es cuando la situación se ha degradado hasta límites inesperados.

¿Es un hecho aislado? No: la blasfemia cunde. Decía días atrás que la blasfemia se ha convertido en el nuevo instrumento para llamar la atención, para sobresalir de la masa, de artistas y hombres públicos a los que la Fortuna no ha querido dotar con más gramos de talento de los estrictamente necesarios. Antes era el sexo, pero ya nadie se escandaliza con el sexo. Nuestra sexualidad está muy amortiguada, y nos encontramos ahítos de tanta sexualidad. Por eso, los ignorantes y, en general, poco dotados, se dedican a la blasfemia, que es mucho más útil.
En España, todavía estamos esperando que el nuevo presidente de la Generalitat, el socialista Pascual Maragall, pida disculpas por la canallada perpetrada por su colega, el alcalde de Barcelona, Joan Clos, cuyo Instituto artístico (sobre todo artístico) lanzó una exposición titulada "Me cago en Dios". Sólo cuando dos de los patrocinadores (Cajamadrid e Iberia) advirtieron que no estaban dispuestos a financiar aquella mamarrachada, se echaron para atrás y dijeron que no se habían dado cuenta (hay que ser cínicos). Por cierto, don Jesús Polanco, otro de los patrocinadores del señor alcalde de Barcelona, no dijo esta boca es mía. Es lo que se llama tolerancia, creo. Así que, en el entretanto, yo "MecagoenClos y defeco en Maragall". Más que nada por aquello de la equidad.

Y seguimos: que un pobre novelista americano estúpido (no es necesariamente una reiteración, pero se dan casos) utilice una novela que tiene su anclaje en Leonardo da Vinci para volver a situar al Opus Dei como el centro de todos los males, no es nuevo. El Opus Dei tiene buenas espaldas y mucha experiencia en lidiar las calumnias. Tanta experiencia, que sus críticos se han vuelto tan lelos que no dan en la diana ni por casualidad.
(…).

Es más, con las tontunas habituales propias de la obsesión yanqui por el sexo, la película aborda una interesante pregunta: ¿Qué pasaría si un hombre se convirtiera en Dios? A fin de cuentas, no son pocos los que albergan la sospecha de que el Padre Eterno no rige el universo con la necesaria sabiduría y prudencia, y ellos mismos podrían mejorar la gestión del orbe. El final es fácil predecirlo, y hasta tiene momentos brillantes.

Entonces, ¿a qué viene ese título blasfemo, irreverente al menos? A nada. Es un invento del espíritu blasfemo habitual en nuestros creadores. Y es, también, una mentira. No es de extrañar, la blasfemia siempre debe ir acompañado de la mentira.

Por las mismas, en los doblajes españoles (vamos a tener que suspirar por el cine en original, y con subtítulos, como los mexicanos y holandeses) nuestros queridos traductores españoles introducen la expresión 'hostia', que ningún norteamericano emplea jamás. Simplemente por fastidiar, que le dicen.

En definitiva, la Cristofobia aumenta, y eso se deja ver en la blasfemia.
Uno de los puntos descriptivos más habituales en cualquier mención apocalíptica es el incremento de la blasfemia.

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